martes, 17 de marzo de 2015

Toñito dedos largos


     Toñito tenía los dedos largos y huesudos, como un metro de carpintero.

     Desde pequeño aprendió el oficio sentado junto al banco de Nicolás, un zapatero de los de toda la vida. Así, clavo a clavo y puntada a puntada, fue desarrollando su destreza hasta establecerse por su cuenta. La tenue claridad de una pequeña ventana iluminaba sus herramientas, como antaño lo hiciera aquel tragaluz en el taller de Nicolás, su maestro. Esa luz difusa y de crudas sombras parecía imprescindible para un zapatero que se preciase de serlo. Flanqueado por estantes con cuerdas, cueros, remaches y tacos de madera de todos los tipos y tamaños. Así había de ser.

     Un golpe de suerte hizo que alguno de sus trabajos fuese a parar a los pies de una famosa estrella de la televisión. Esa televisión que tan poco atractiva le parecía a Toñito. Él prefería la radio.

     Gentes de todo tipo empezaron a visitar su taller solicitándole su calzado de “diseño personal”. Ni entendía, ni quería entender a qué se referían con “diseño”. Todo eran loas y entusiasmo por parte de los nuevos clientes. Pero era su trabajo, y atendió a cada uno de los que fueron a requerirle como siempre había atendido a sus parroquianos.

     Ante el aumento de clientela se vio desbordado de trabajo y llegaron a proponerle montar un taller más grande con empleados que hiciesen la tarea por él. Pero Toñito era un remendón de pocas ambiciones y le bastaba con su pequeño estudio de mínimo ventano sonoramente ambientado por el pequeño transistor que le acompañaba cada día.

     Así que decidió poner a prueba a su clientela y, a partir de entonces, todos sus confortables zapatos llevaban el regalo de un pequeño clavo en la suela que asomaba levemente por el interior.

     La mayoría de los entusiasmados consumidores dejaron de ir a solicitarle sus servicios. Sólo unos pocos siguieron acudiendo. Él preguntó si no habían notado que sus zapatos ya no eran tan cómodos. A lo que le respondieron “sí, son iguales, basta con quitarles un clavito que traspasa la suela”.



     Una pequeña punta separa la excelsitud de la insignificancia para quienes no llegan más allá de la suela del zapato. 




lunes, 16 de marzo de 2015

Escapada


No desatiendo a mi soledad, 
que desde un rincón del silencio 
sonríe amistosamente.

Y saldremos a saborear las nubes de algodón, 
dulces de tanto volar.

Miraremos por los balcones del viento 
cómo pasan los halcones chirriantes, 
las garzas contoneándose 
y los buitres de ojo avizor.

Solos, mi soledad y yo.

Desayunaremos tés de suaves susurros, 
magdalenas de esponjosa ternura 
y zumos de líquidos suspiros.

Entre sorbo y sorbo, un aliento, 
entre el paisaje un camino, allí, a lo lejos, 
nos recordará nuestros pasos. 

Reiremos, animados por la memoria,
de los momentos felices que sujetamos
levemente con los dedos.

Y descansaremos, 
antes de emprender de nuevo el viaje...

Solos, mi soledad y yo.