domingo, 31 de marzo de 2013

Envidia, dia a dia

    
Cuentan la historia, señores,
del Conde de Cucamonas;
es Conde lo que amontona
y atesora sus rencores.

Avaro en fe y parabienes
no da ni los buenos días,
y con sus miradas frías
un experto es en desdenes.

Oculto en calleja umbría
observa solaces ajenos
ardiendo en su pecho truenos
de inquina. ¡Qué algarabía!

¿Por qué aquestos pordioseros
-se pregunta el susodicho-
pueden holgar a capricho?
Si yo no puedo, ellos menos.

Andábase en tal cuita
aquel Conde en su gatera,
que tropezando en la acera
al suelo se precipita.

¡Mal haya la suerte mía,
que de desdichas me anega!
¡Ahora a mi inquina agrega
este dolor! ¡Aciago día!

Aplicaos, pues, este cuento
del Conde de Cucamonas.
Que al final te desmorronas
si resquemor usas de ungüento.


                                      Eduardo Gutiérrez
 

    

sábado, 30 de marzo de 2013

A cantar la gallina


     Yo pude ser gallina, pero me lo pensé mejor. 
     Gallina, sí, el pájaro ese de corral, que ni vuela ni nada. ¡Pues menudo pájaro!

     Decidí no ser gallina porque no me gustaba ni el nombre. ¿Quería ser un pusilánime? No. Y, desde luego, siendo un gallina en el apelativo ya iba implícita la cobardía. Si andaba todo el día con la piel de gallina sería porque tendria miedo de algo, ¿no? O miedo o frío. Y soporto mal las dos cosas. Por eso no me hice gallina. Bueno, por eso y por más cosas. 

     También para evitar que alguno se confundiera y me considerase la gallina de los huevos de oro. No quería que cualquiera viniese a aprovecharse de mí o, en el peor de los casos, pretendiese quitarme los huevos y hacerse un anillo. ¿A dónde iba a ir yo sin huevos?
     Tampoco soportaría que alguien se me pusiese gallito y menos en ese lugar donde dicen que hay tanta mugre. Porque, ¿puede algo tener más mierda que el palo de un gallinero? Y encima tenía que ser prostituta. Difícil es encontrar a alguien más puta que las gallinas. De modo que, sería algo que, obligatoriamente, iría en mi condición. 
      Soy trasnochador, por lo que tampoco haría honor a lo de acostarse con las gallinas. Otro motivo más para no formar parte del corral. Yo soy noctámbulo, y, aunque inquieto, cuando me empeño en algo sigo hasta el final, no me gusta ir picoteando de aquí para allá. Está claro que no respondo al paradigma de gallina.
      En cuanto a cacarear, poquito. No soy de mucho cloqueo. Jactancia la justa, porque quien así lo hace puede acabar cacareando y sin plumas. O en un guiso. ¡Qué poca vergüenza la de la Gallina Blanca, que montó una empresa para vender liofilizadas a sus hermanas! 
     Por tanto, como que no, que no es lo mío.

     Así que seré polla cuando meen las gallinas. Que no me toquen el nombre.



viernes, 29 de marzo de 2013

Fíate de la virgen


     En mi continua búsqueda de los albores de expresiones y dichos populares, me topo de bruces con otra de las que pensaba que tenía el origen en mi pueblo natal. Sin pretender sentar cátedra y consciente de que, posiblemente, éste no sea el auténtico inicio del latiguillo, relataré lo que de pequeño se me contó.

     Resulta que en mi pueblo hay dos fiestas patronales, como creo que en casi todos las localidades españolas. Una la de San Agustín, patrón del pueblo y quizá menos conocido, aunque se halla en la iglesia parroquial, que es el templo más grande de allí. Y otra fiesta en honor a la Virgen de la Salud que es la que más devotos tiene y que se encuentra en su pequeña ermita a las afueras del pueblo.
     Ante esto, el Santo y la Virgen, aprovechan las fiestas de ambos para hacerse una visita y realizar el recorrido de uno a otro templo acompañados de gran número de fieles. Lo conozco bien porque participo en esta procesión desde mi infancia.

     Con motivo de la "Función" (en mi pueblo a la fiesta se le llama Función), se alternan distintas actividades lúdicas: ferias, bailes, espectáculos taurinos, actos religiosos y actuaciones varias. Pues ocurrió en cierta ocasión que se estaba celebrando la procesión a la vez que se preparaba el encierro de toros del día siguiente. Las circunstancias hicieron que uno de los toros se escapase del control de jinetes y pastores que los llevaban hasta los corrales y huyó descontrolado hasta llegar al pueblo donde se celebraba el acto religioso con cientos de personas por la calle. La gente se percató de la presencia del astado y corrió despavorida a buscar cobijo. Los que llevaban en andas a la virgen confiaban en que la imagen que llevaban en sus hombros podría potegerlos, hasta que viendo que el morlaco se acercaba, uno de ellos exclamó "¡Fíate de la virgen y no corras! Ante lo cual, soltaron las andas y pusieron pies en polvorosa.

     Como es evidente, el cornúpeta no entendía de religiones y todo eran objetivos a derrotar.

     Seguramente el dicho no provenga de ahí, pero por respeto a mis mayores que me lo enseñaron así, quiero pensar que esta es la historia que lo originó.



jueves, 28 de marzo de 2013

Camino del éxito


     Quiero ser un hombre de éxito, no me duelen prendas.

     Para eso lucho día a día. Pero mi éxito no se sustenta en cuestiones externas.

     He caminado por la vida luchando contra el deseo de crear una imagen de éxito, de subir en la escala social, de tener más dinero y más posesiones, de la mejor ropa, el mejor coche, la mejor casa, los amigos más importantes, las alabanzas y los premios.

     Pero los mayores triunfos han sido cuando he actuado libremente, aunque me haya equivocado y pagado por ello. He triunfado cuando, a pesar de ser desplazado o incomprendido, he seguido fiel a mis principios. He triunfado cuando sin preocuparme por el "qué dirán" no he ocultado mi propia ignorancia. He triunfado cuando no he disfrazado con modas mi patrimonio moral. He triunfado cada vez que he conseguido que la ira no nublase mi sentido de la justicia.  He triunfado cuando, sin acomodarme en lo conseguido, he empezado una y otra vez desde cero. He triunfado cuando me ha ilusionado una pequeña brizna de hierba sin dejarme cegar por la opulencia del jardín. He triunfado cuando he entregado a los demás sin hacer cuentas de lo que me quedaba.
     He triunfado cuando he sido yo, sin adornos ni engaños.

     Así que, hoy por hoy, creo que estoy cerca del éxito, porque soy más yo que nunca, porque mi éxito no está fuera de mí, sino en esta sensación de poder moverme sin dar cuentas a nadie.



martes, 26 de marzo de 2013

Yo también tuve niñez


     Yo una vez tuve un hamster. Sí, yo también he sido niño y he tenido mascotas, pero lo dejé. La niñez por los años, y lo otro por honestidad. Creo que no estaba dotado para cuidar animalitos. Hay que admitirlo, si no tenemos mano para ello, pues no tenemos mano. Y yo no la tenía. Me duraban poco, o se hacían demasiado grandes. Como el periquito que rescaté de una terraza; quizá estuviera ya enfermo, pero dejó de vivir a los quince días. O el patito azul que perdió su color al poco de llegar a casa y creció tanto que no había forma de tenerlo en un piso de 70 m2. 
     Y no es que no me gusten. Me encantan y más en su ambiente, por eso no salí a la terraza de mi casa durante el tiempo que hubo allí una perdiz metida en una jaula con forma de campana. Y por eso tengo un acuario que reproduce fielmente su hábitat (odio los buzos de plástico y demás adornos chorras).

     Pero, a lo que iba, que me desvío del tema: el hamster. El hamster es una mascota normal, no como esas de ahora, las ratas canguro, las culebras amarillas, las iguanas planas o los cerdos morenos. Es como un ratoncito sin cola y con unos mofletes que ya los quisiera yo para no tener que comprar bolsas cuando voy al Carrefour. Y listo, más listo que el hambre, pero mejor no hablar de hambre porque esa fue su perdición.

     Cuando Paquito llegó a casa no es que fuera del todo comprendido. Mi madre se asustó y me dijo que "le daba cosa ese ratón". Por más que me empeñé, ella sólo veía a Paquito como un ratón. Él fue el mejor habitante de mi Exin Castillos, cuando le hacía laberintos y, la verdad es que la primera vez tardaba en salir, pero a la segunda iba como un rayo desde la entrada a la salida. ¡Qué tardes nos pasamos él y yo explorando esos muros! Luego, en los ratos libres, se dedicaba a recoger pipas y frutos secos y los guardaba en su granero hecho con gamuza. 
     La cuestión es que él también se fue pronto, pero antes de irse hizo una travesura inolvidable. Para evitar el repelús que a mi madre le producía mi mascota, una noche metí su jaula detrás de las cortinas del salón. A la mañana siguiente la visión fue dantesca. Paquito había ido metiendo las cortinas poquito a poco entre las rejas de su jaulita y había conseguido raer un círculo de medio metro de diámetro. Hasta espasmos me daban cuando intenté, entre monosílabos, darles la noticia a mis padres. Tan afectado me vieron que, temiendo por mi salud, prefirieron no dar importancia al destrozo que se había producido y atender a mi ataque de nervios.

     Poco después, Paquito decidió encerrarse en su granero de felpa y por no molestarlo lo dejé tranquilo unos días. Hasta que, al ver que no salía, decidí sacarlo yo. Pero Paquito se había dormido para siempre en su nido.

     Entonces sí que me sentí solo. Y desconsolado por no haberme preocupado lo suficiente de mi amigo.
     Fue cuando decidí que no estaba preparado para tener mascotas.

     Todavía me acuerdo de ti, Paquito.




Esa cruz que todos llevamos

    


           SALMO XXIII
 

     ¿Alégrate, Señor, el Ruido ronco       
     deste Recibimiento que miramos?      
     Pues mira que hoy, mi Dios, te dan los Ramos      
     por darte el Viernes más desnudo el tronco.       
     
     Hoy te reciben con los Ramos bellos;      
     aplauso sospechoso, si se advierte;      
     pues de aquí a poco, para darte muerte,      
     te irán con armas a buscar entre ellos.       

     Y porque la malicia más se arguya       
     de nación a su Propio Rey tirana,       
     hoy te ofrecen sus capas, y mañana      
     suertes verás echar sobre la tuya.


Francisco de Quevedo y Villegas



 

Bajo esta piel



     Sólo quien lo saboreó lo sabe.

     Todavía tiemblo y me ilusiona cada nuevo reto, cada nueva dificultad a la hora de encarar un personaje. Hacerme él o darle a él parte de mí. Es algo que aún no lo tengo muy claro.  Tomo lo que soy y lo pongo a su servicio.

     Buscar en sus entrañas para hacerlo crecer, hacer que vaya tomando forma. Y cuando lo encuentras, lo pierdes. Desesperas. La mano del compañero que sostiene tus hombros cuando parece que todo se derrumba... Creación. Locura.
     Te lanzas al vacío y sientes la oquedad de la nada. Respiración acompasada con quien tienes a tu lado que te lleva a un mundo desconocido. Explorar. La oscuridad de la luz. Esa luz que te deslumbra desde el patio de butacas. 

     Tras unos minutos de terror, olvidas el miedo y vuelas. O vuela él.

     Difícil de explicar dónde acabo yo y dónde empieza el personaje.

     Vida o vidas.


domingo, 24 de marzo de 2013

Pasen y véanse


     Me encanta el teatro porque es una ceremonia donde te dan un 2 x 1. 
     Cuando voy a una sala de teatro, grande, pequeña, mínima o destechada, tengo la oportunidad de disfrutar de dos interesantes espectáculos: 

1.-El que ocurre en el escenario, preparado, elaborado, artístico... Ya, lo sé, me he pasado. Pero estamos hablando de lo esperable; luego están los que habría que sacar de allí a gorrazos. Hay tantos "actores" que parecen no tener amigos... Sí, amigos de verdad, que les digan "oye, eso es una mierda, no hagas más el ridículo". Pero a lo que iba, pongámonos en el ideal de que se diesen esas circunstancias. Un espectáculo teatral. Más o menos logrado, pero respetable en todo caso.

2.-El que acontece entre los espectadores. Ahí hay tela que cortar. Y es tan interesante, incluso a veces más que el otro. Por lo que tiene de estudio social. Desde la entrada al teatro ya empiezas a observar los singulares tipos humanos. El chiquillo al que llevan sus padres porque la abuela no podía quedarse con él, la dama que ha desempolvado el abrigo sintético imitando a nutria gallega, el despeinado con chaleco negro para demostrar que es "del medio", la señora a la que por fin su marido "ha sacado",  la mujer cuyo marido es un panocha sin gusto por el teatro y decide ir sola, el marido que se siente arrastrado a ver aquello que ni le va ni le viene (seguramente hay más cosas que tampoco le van ni le vienen), la pandilla de chicas de 60 años que vienen después de las pastitas y el café, el señor de cara áspera al que no le gustará nada... Bueeeno, tampoco es para tanto, porque ya sé que luego están la mayoría, los normales, pero esos son menos interesantes como personajes singulares.

     Algún día hablaré del segundo acto de la representación que realiza el público. Cuando se sientan en sus butacas y reaccionan ante el otro show. Pero sirva esto como avance a la trama que después se desencadenará con risas, comentarios, toses y comunicaciones móviles.


sábado, 23 de marzo de 2013

Del vacío al sol

      
Silencio.
Silencio y frío.
Ojos velados de nulas miradas.
Palabras en espera de nuevas palabras.
     
Abrigo.
Abrigo y caricia.
Piel latente de soledad muda.
Huesos huidos de lanzas insensibles.

Resplandor.
Resplandor y aliento.
Pasos serenos de heridas sin dueño.
Camino sin sombras de miradas incrédulas.

Sonrisa.
Sonrisa y vuelo.

 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cargarse las carteleras


     De vez en cuando me gusta indagar en esas frases hechas o en esos dichos que se convierten en un significado en sí mismos, pero que tuvieron su origen en un hecho o una circunstancia y a fuer de ser usados forman parte de nuestras expresiones coloquiales.
     Como primera incursión a la búsqueda de orígenes de estos latiguillos, me viene hoy a la mente un dicho que oí muchas veces en mi pueblo, Borox. Sí, de allí era ese señor al que le encargaban todo lo que los demás no querían hacer, o sea, el padre de Domingo Ortega. Por eso el hijo nació allí también.

     Pero no era esa la muletilla a la que quería hacer alusión, aunque Domingo Ortega, como buen torero, fuese diestro en el uso de muletas y muletillas. Y diestro profesional. No sigo, que me lío.

     Como decía, de niño oí muchas veces la expresión "te vas a cargar las carteleras" que venía a ser una mezcla de "se está rifando una torta y llevas todas las papeletas", "te vas a cargar el muerto" o "van a pagar justos por pecadores". 
     Pues resulta que en mi pueblo toledano había un cine, el Cine de Redín lo llamábamos, pero no tenía rótulo que así lo atestiguase, se llamaba así y ya está. Sobrio, como el espíritu castellano, por no tener no tenía ni marquesina para el anuncio de las películas. Taquilla sí, eso sí tenía. Era una ventanita en el muro de ladrillos y barro con una portezuela de madera. 
     Como sistema publicitario, se colgaba en la fachada un bastidor de madera donde se insertaban las cartelas que representaban fotogramas de la películas a exhibir. Aquellas cartelas eran un trozo de cartón que llevaba unos ojales de metal en las esquinas. A veces se colgaban de unos clavitos por los ojales, y cuando no tenían ojales, se insertaban en unos canales que llevaba el bastidor hasta crear un collage fotográfico de la película. 
     Todo este artilugio se colgaba en la pared por medio de un enorme clavo que, a fuerza de ponerlo y quitarlo, había creado un agujero tan holgado en el muro que difícilmente mantenía el equilibrio de todo el conjunto carteleril. Clavo, bastidor y cartelas eran lo que formaba las carteleras.

     Los muchachos tenían la costumbre de toquetear, cuando no lanzar algún elemento sólido, a las mencionadas carteleras. Aquello iba perdiendo por momentos su estabilidad, hasta que pasaba algún incauto en el momento justo en que aquello se descolgaba con aparatoso estrépito. Solía ser el más inocente, porque los espabilados ya se ocupaban de no acercarse en el momento trágico, y ese era el que, a ojos de todos, "se había cargado las carteleras" con la consiguiente regañina y capón por su travesura.

     De esto saco una conclusión: "cuando las carteleras veas temblar, aléjate, porque te las vas a cargar".



martes, 19 de marzo de 2013

País de vergüenzas desprovisto de pudor


     Me siento en un banco a fumarme un cigarrillo (una de las vergüenzas que no me da miedo reconocer) y observo la gente pasar. Abro mis ojos y oídos al espectáculo de la realidad.
     La señorita que desborda sus lorzas sobre una minifalda negra y leotardos rosa, pasea su palmito entregada a alguna mirada furtiva que encuentre en su camino. Orgullo serrano Sin pudor
     Entre dos rosales de una de las entradas del parque aparece una sombra. No, no es una sombra. Es obscura, como el negro de la noche sin luna. Camina, o flota, como recién salida de las tinieblas de la muerte. Parpadeo varias veces para ser consciente de la realidad de la visión. Gótica, ahora lo veo claro, se trata de una joven gótica. Lo he deducido por sus negros arcos ojivales y la bóveda morada que forman dos mechones de su pelo. Se acerca inquietantemente a la burgalesa de piernas rosa (intuyo que será de allí por su aspecto de morcilla). Contra todo pronóstico, no se muerden, se besan. ¡Muak, muak! Son amigas. Curiosa comitiva en contraste con el verdor del parque.
     Su emotivo encuentro disipa en mí los temores y el escalofrío que podía suponer el que se sentasen en un banco junto a mí. Y así lo hacen. Toman asiento y abre bolsa de pipas una y saca botellita de agua la del estómago prominente. No es que me fije especialmente, es que salta a la vista.
     Su conversación se eleva algunos decibelios por encima de lo discretamente aceptable. Deben de llevar amplificador incorporado porque creo que han huido hasta los pájaros que jugueteaban en el árbol. 

     -"¡Ay, Teta, creía que no me levantaba hoy!" (Una de ellas tiene un nombre raro, ¿algún diminutivo, quizá?).
     -"¿Qué t'ha pasao, Mari?" (La otra parece tener un nombre más común).
     -"Que mira, k'anoche estuve con el Johnny. Y yo, que m'estaba poniendo toa perraca, aguantando ahí con él, y él no se decidía. Hasta las tantas tuve que seguirle el rollo, pa poder mojar, al final".
     -"K'aguante, tía. Si no fuera por lo güeno que está..."
     -"Pos va y me dice que veamos una peli. En versión original, claro, no vamos a ser como los paletos esos que las ven dobladas" (Doblada te la vas a tragar, guapa) "Si es que hay gente mu inculta, tía. Que ni leen, ni se preocupan de aprender inglés, ni ná". 
     -"Dí que sí, tía. Yo me he leio tos los libros de Crepúsculo". (Se nota).
     -"Qué vergüenza, tía. La gente es que no ve más que americanadas". 
     
     Ni mi cuerpo ni mis oídos aguantan más, asín... perdón, así que me levanto y me voy.

     Este es nuestro país. Vergüenza para muchas cosas y pudor para pocas.   


  

lunes, 18 de marzo de 2013

Se me fue


     No me puedo creer que te haya perdido. Con los buenos momentos que me has hecho pasar. 

     Con esos sábados cuando me preparabas ese cocido que me hacía perder la vista en el infinito mientras disfrutaba el sabor que sólo tú sabías darme. Te veía ahí, silenciosa, impertérrita ante cualquier adversidad. 
     De vez en cuando me alegrabas con tu silbidito que era tu manera de hacerte notar, de decirme "estoy aquí". Y ahí estabas, siempre brillante y fuerte como pocas. Sé que alguna vez te calenté demasiado, pero tú soportaste estoicamente mis excesos. Sólo un par de veces saltaste, pero entiendo que para lo nuestro hacía falta la gomita y en esas ocasiones fue algo que dejé de lado. 
     Era un placer hasta verte bajo la ducha, ver el agua correr por ti, toda tersa y reluciente. Y pasar mi mano delicadamente por ti, en un rito armónico de compenetración.
     Ayer, mientras te bajaba por las escaleras con algunas de tus compañeras, te escurriste de mis manos y fue tan duro el golpe que no lo pudiste soportar.




    Hoy sólo puedo decir que... ¡Se me ha ido la olla!



domingo, 17 de marzo de 2013

Somos muchos


Estimados míos:
     Lo estáis haciendo bien, pero necesitamos echar más carne en el asador. No desfallezcáis. Que no puedan con vosotros esos que se empeñan en sonreir a toda costa. Cada vez son más, pero sé que conseguiréis mermar sus fuerzas y haréis prevalecer la razón. 
     Conocemos sus armas, y podemos combatirlas. Muchas veces lo hemos hecho. Ese enfermizo empeño en considerar que todo el mundo es igual, sólo hará que ninguno tengamos nada. Hay que acabar con esa idea. Defiende lo tuyo, por encima de cualquiera, o verás cómo te quedas en la estacada. Y ya sabéis lo que suponen las estacas, de una en una o en hilera. 
     Acabad con esos malsanos esfuerzos por alentar a sus secuaces, soñadores que basan su vida en deseos. Hacedles comprender que lo único importante es aquello que verdaderamente podemos palpar. Evitad que sigan engañando a más gente con sus utopías. Quitadles esas visiones de un mundo idílico.
     Impedid que se crean grandes, hacedles ver su propia mediocridad, restad valor a sus logros. Así, poco a poco esos enemigos de la sensatez abandonarán sus fantasías y volverán al dulce pragmatismo. 
     Si es necesario, utilizad métodos persuasorios de buena voluntad para atraerlos a nuestro objetivo. Acabarán comprendiendo que la felicidad sólo existe cuando se ha conseguido algo material. De otro modo acumularán desgracia tras desgracia al ver que no consiguen sus deseos. Demostradles que son inferiores a nosotros, que nunca lograrán nada porque el mundo no les regalará nada.
     Así, día tras día, nosotros conseguiremos nuestro anhelo, que no es otro que el comprobar que no hay nadie por encima de nosotros. Si hubiese alguien, deberíamos hacerle caer.
     Absorbed sus energías para que las nuestras se vayan alimentando. 

     Seguid así, vampiros míos.

Fdo. Conde Drácula




Ripios sin pretensión para un domingo molón


De tanto darle con el palito, salió huyendo el gorrioncito.
-"No te enfades, gorrioncito, si te damos despacito"
-"No me enfado, es que lo evito; son ya muchos golpecitos."

Salió volando a una rama donde encontró paz y cama.
-"Ven aquí, no hagas un drama, no abandones tu retama"
-"No me gusta el panorama, no te pega quien te ama".

El del palo, con aflicción, lamenta su situación.
-"Tu no tienes compasión, yo era tu amigo, gorrión". 
-"A un amigo, sin razón, no clavas un aguijón".



sábado, 16 de marzo de 2013

Crear abrazos


     Dar la mano y acercar corazones, ¿puede haber sensación más gratificante?
Así me siento a veces. Y no es vanidad, ni presunción, es una experiencia que no deja de ser agradable. Más allá de mi intención (no me siento tan importante), me agrada comprobar que, en ocasiones, me convierto en nexo de unión entre personas que antes no se conocían. E incluso, entre ellos, algunos llegan a convertirse en buenos amigos. 

     Alguien me dijo una vez "eres un creador de abrazos". Me gusta la expresión y me gusta que ocurra esto. Siempre he sido de los que piensa que debemos romper esas barreras que nos separan. Que todos somos ciudadanos del mundo y me encanta ver a la gente relacionarse entre sí. Gente que puede o no tener cosas en común (en este caso me tienen a mí), pero que llegan a formar su propio nuevo universo. Globalidad sin fronteras.

     Otro amigo me dijo hace poco "siento que te estoy robando los amigos". No, en absoluto, hacéis más grande la palabra AMISTAD. Yo no tengo a ningún amigo en propiedad, y lo que me gusta es que mis amigos tengan más amigos. Quizá es que en esto no soy competitivo. El cariño no es algo finito, es algo que, cuanto más se tiene, más se crea. Y no seré yo quien coarte la libertad de mis amigos ni pretenda su exclusividad.

     Me siento bien sabiendo que puedo contribuir a la felicidad de las personas que aprecio.
     ¿Qué más puedo pedir? Ojalá fuese un buen "creador de abrazos".



viernes, 15 de marzo de 2013

Galopar por la fantasía



     Fabricando sueños con una caja de cartón llegué a tocar el cielo con sólo el corazón. Se necesita tan poco que nunca necesité más. Ni busqué riquezas ni pensé que las pudiera tener. Únicamente deseé seguir haciendo fantasías que sólo precisasen de cerrar los ojos.

     Quizá es la suerte de haber tenido una infancia feliz de la que soy más consciente ahora. Quizá fue la necesidad de agudizar el ingenio cuando la escasez me impedía tener, no ya lujos, sino la mayoría de capichos de niño. Así me construí un magnífico megáfono de cartón para anunciar mis espectáculos a los vecinos del barrio. 

     También intenté volar como Superman con una cuerda atada al pomo de una puerta al final de una escalera. Lo que me costó un buen batacazo al caer rodando cuando se partió la cuerda. Sé que aquello salió mal por no llevar el uniforme adecuado, pero no había dinero para ello. De haber tenido el calzoncillo rojo y la malla azul no se me hubiera quedado la marca en el cuello donde iba sujeta la cuerda. Para ser Superman hacía falta una inversión en el traje y eso era imposible. Así que, no pude salvar a nadie.

     Creo que tampoco estuve especialmente dotado para el patinaje, porque no pasé de hacer mis piruetas (poco artísticas, todo hay que decirlo) por el pasillo y salón de mi casa. Tal vez me hubiesen venido bien unos patines, pero me tuve que conformar con las mopas que nos daba mi madre y con las que envolvíamos nuestros pies. Eso sí, el pasillo aún conserva el brillo que le sacamos con tanta pasada.

     La equitación fue otra de mis aficiones que compartí con mi hermana. Todavía no sé quién nos compró el caballo, pero sin duda era un buen corcel y realizamos grandes galopadas con él. Furia se llamaba. Mi madre creía que era un cesto de la ropa, pero yo me las ingenié para convencer a mi hermana de que aquel caballo tan dócil era un pura sangre cuando lo arrastraba de un lado a otro de la casa con ella montada en su cuadrada grupa.

     De no haber sido por todos estos lujos que disfruté en mi infancia, ahora no podría ver crecer un árbol de cualquier semilla. No todo el mundo ha tenido esta suerte.





Sentado al borde de la mañana


     Pasó el tiempo del miedo, el tiempo de la duda. Atrás quedó la época del pudor y del artificio. Soy como soy y ni puedo hacer nada por evitarlo, ni deseo complacer con actitudes fingidas. Las arrugas de mi rostro añoran una tersura perdida pero se alegran de todo lo que llevan dibujado.

     Ni cambio al último modelo de móvil para dar una imagen, ni sonrío sin ganas, ni, por supuesto, lloro para dar pena. Telefonearé, reiré y lloraré cuando de verdad lo sienta. Noto que cada día soy más niño para jugar, para divertirme y para disfrutar de todos los momentos. Pese a quien le pese y lo crea quien lo crea. Es lo que tiene la edad, que ya no tienes que dar explicaciones a nadie. Hace mucho que llegaste aquí.

     Muchos pasaron y muchos se quedaron, pero no forcé a nadie a seguirme. Respeto demasiado la libertad. Y respeto la opción de cada uno. Hasta esos límites. No debo nada ni quise que me debieran.

     Y, como cada día, sigo alimentando esta mente de niño de fantasías y sueños. 
     Así, cada día, sigo viviendo una nueva aventura.  




Sin demagogia


     "La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado.
     Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más los problemas que las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos.
     Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
     Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de eso, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la que tragedia de no querer luchar por superarla."

Albert Einstein 


miércoles, 13 de marzo de 2013

Desvaríos


     Crear, nacer, vivir...

     No me cerraré al tópico de que no podría hacer otra cosa en la vida. No. Podría hacer muchas cosas, pero creo que ninguna me haría temblar tanto de miedo ni me haría disfrutar tanto a la vez. 

     Buscar en el interior de un ser desconocido que harás tuyo. La desesperación que hace a tu puño empotrarse contra un mueble en expresión de la rabia interior que tienes contra ti mismo. Dolor. Y esas lágrimas de impotencia que no llegan a aflorar. Llegar al vacío para llenarlo de colores. Encontrar la senda de tus pisadas. Creación.

     Notar que tus impulsos acompañan al personaje que empieza a cobrar forma. Indagar en el motivo de cada movimiento, cada sensación, cada expresión. Observar. El momento mágico de una reacción que sorprende hasta a uno mismo. Mirar al compañero y ver su complicidad, la emoción que emana de su mirada a la tuya. Nacimiento.

     Sentir la mano en el hombro. Caliente, como latido de corazón. El consejo esperanzador. La comprensión a una disculpa, y las palabras de aliento. Apoyo. El "sé que puedes, confío en ti" del compañero. La chispa de momentos fugaces. El silencio y la expectación. Vida.

     ACTOR.



lunes, 11 de marzo de 2013

La vida entre costuras

     
     Martina aprendió a poner costuras a la vida cuando la vida apenas había comenzado para ella.
     Desde los siete años sus dedos ya empezaron a dibujar con su agudo pincel a través de sábanas, paños y franelas. Las sedas vendrían después, cuando su destreza aseguraba que no daría mal fin a tan delicado lienzo. Intuitiva y perseverante fue aprendiendo todo tipo de artes, desde la difícil tarea de zurcir un calcetín, hasta la vistosa labor de crear una camisa. En su proceso no había patrones, éstos los aprendería muchos años después. Sólo existía su visión magistral a la hora de encarar un encargo. 

     Y así, puntada a puntada, un día decidió montar un pequeño negocio. Una tiendecita de retales donde todo se traía por encargo (no tenía posibles para comprar telas para almacenar), y que le servía como taller para los encargos que iban surgiendo. Poco a poco aquello fue prosperando hasta que logró tener un interesante catálogo de materiales ya en su propio almacén. 

     Tanto crecía el negocio que requirió de la ayuda de dos empleados. Coral y Diego empezaron a trabajar en la tienda que ya tenía una buena clientela. Todo fue como la seda hasta que los jóvenes empleados empezaron a poner en duda la forma de llevar el negocio de Martina. Le decían que perdía dinero haciendo favores a cualquiera (algunos trabajos que no llegaba a cobrar), que no ponía la dedicación que el negocio requería, que sus métodos eran anticuados, que ya sólo pensaba en su jubilación... En fin, que la pobre Martina llegó a sentirse abrumada por el nuevo rumbo que había tomado aquello y su imposibilidad de redirigirlo. Así que tomó la única decisión que le reportaría tranquilidad: traspasó por un precio simbólico el negocio a sus empleados y con lo que tenía ahorrado montó una tienda de ropa.

     Pasó el tiempo y el negocio que fundara Martina mucho tiempo atrás iba decayendo. Los clientes dejaron de ir porque no encontraban el consejo diestro de la antigua dueña, ni la confianza del trato cercano que antes se les daba, ni la posibilidad de aprender los mínimos conocimientos de costura que ella les ofrecía. 

     Martina, entre tanto, consiguió que su flamante tienda de ropa le diese para vivir holgadamente y llegar a la jubilación con unos hijos y un marido que disfrutaban de su próspero establecimiento.

     Y colorín, colorado... este cuento no ha acabado.       


sábado, 9 de marzo de 2013

Escucharlo de su boca


     Hay palabras que van más allá de su simple significado.

     El tiempo ha curtido su piel y la vida se ha alimentado de sus músculos. Su cuerpo se ha debilitado y se ha hecho ligero como su voz. Las arrugas de su piel son la obra maestra de una vida.
     Sus palabras, sus miradas, las llevo impregnadas en la piel como parte de mí.

     Nadie me ha dado tanto a cambio de tan poco. A cambio de mi ausencia, de mis escasas llamadas, pero jamás de mi olvido. Cada día ella es parte de mí, de mi memoria y de mi camino. 

     Sus manos han tocado el sufrimiento y el amor. Esas manos que aún intentan sujetar a los demás cuando no se bastan para sujetarse a ella misma. Amor y entrega en estado puro. Esas manos que saben repartir lo poco que tiene y dar a cada uno la mejor parte. Esas manos que, temblorosas, muestran orgullosas una foto o una fotocopia ajada de un recorte de periódico. Esas manos que tejen bufandas con el mismo cariño que preparan un guiso o calman un corazón quebrado. 

     De ella aprendí lo que es amar a su hombre hasta el último momento. De ellos dos aprendí lo que es el respeto, el cariño, la paciencia y la lucha. Aprendí que la comprensión vence al rencor y al resentimiento. De ellos aprendí que ser humilde y pasar necesidades no era deshonroso, que no había que asustarse ante el trabajo duro y que, aún en las situaciones más difíciles, siempre había una salida.

     Puedo tener muchos héroes y personas a las que admiro, pero a nadie más que a ella.
 
     Nada me estremece más que escuchar cómo me llama "hijo". Ni un "te quiero" mío puede superar eso.


La ventana de la verdad


     El teatro es esa gran mentira que parece decir verdades. 
     Verdades adornadas, verdades con tintes de realidad.

     Pero lo cierto es que si el teatro contase las auténticas verdades, el público no lo soportaría. El público quiere ver la verdad en otros, en los personajes. Y siempre hay un punto de voyeurismo en el espectador que le hace aguantar esas evidencias pensando que se refieren a otras personas.
     Es preferible verlo como "les pasa a otros", porque de lo contrario sería insoportable.

     Y, mientras al público se le muestra un mundo ilusorio envuelto en luces y premeditación, en la trastienda bullen emociones y vidas empapadas de su propio melodrama.

     Por eso hay que seguir haciendo teatro de lo que les pasa a los otros para aliviarse de lo que nos pasa a nosotros.



jueves, 7 de marzo de 2013

Amar demasiado y perderlo.


     Amar y perderlo da paso al resquemor.
     El resquemor que te atormenta y te cierra los ojos.
     Cuando amas demasiado y lo pierdes no puedes evitar esa época en la que el odio o, en el mejor de los casos, el resquemor, llega a ocupar gran parte de tus días.
     Es el problema de haber querido y entregado demasiado. Inconveniente que no tienen los que no arriesgaron nada en ello. Éstos pueden cambiar de rumbo con un simple volantazo.

     Pero hay un maravilloso momento, en el que, superada esa época, consigues sacudirte ese lazo invisible y concluir que aquello no merecía la pena, que tu vida ha ganado con el cambio y que deseas lo mejor a la otra persona. De corazón. Pero lejos. No permitirás volver a revivir esas etapas de nuevo.

     Y así la vida va pasando.
     Entre afectos perdidos y amores ganados.
     Entre cariños y resquemores.
     Entre la obsesión y el olvido.
     Para llegar al sosiego del vacío. 



 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Soneto de primavera

      
     Quiero desayunar la clara mañana,
     contemplar pisada a pisada el jardín,
     admirar la tierna soledad del jazmín
     que, al roce del sol, hoy renace temprana.

     Observar las hojas que lloran rocío,
     saborear la escarchada tierra silente,
     prodigiosos brotes de color ardiente
     asoman suaves, en humilde desafío.

     Se esfuman los claroscuros del invierno,
     la gelidez se desvanece entre brumas,
     y el verde despliega su camino tierno.

     Tibio roce de alivio tu humedad rezuma,
     devuelves tu lienzo tonal sempiterno
     y de nieves a vientos tu fulgor trashuma.

Eduardo Gutiérrez


 

lunes, 4 de marzo de 2013

Vengo

     
     Vengo del silencio de los muros de barro,
     de las manos endurecidas de abrazos,
     del sudor solidario
     y del amor sencillo.

     Mis manos tocaron las más altas copas
     sin dejar de sentir la tierra.

     Mis ojos brillaron al triunfo
     y lloraron lágrimas ajenas.

     Mi memoria ha sentido
     el frescor de la caricia,
     el dardo del desierto
     y la iniquidad de la mentira.

     Con el mismo ardor ha sentido
     el beso de una mirada
     la sonrisa de una palabra
     y la devoción de una espera.

     Y el corazón, cargado de latidos,
     se desgarra por existir, día a día.


domingo, 3 de marzo de 2013

Las luces del cielo


     Pequeño, como un retoño de higuera, el pequeño Manuel no levantaba tres cuartas del suelo. Desde allí abajo el mundo se veía grande, alto, inmenso. Correteaba por el huerto queriendo hacerse dueño del dulce olor de los tomates, y saboreando cada aroma que desprendían a su paso pepinos, pimientos, girasoles...

     Observaba la furgoneta que venía cada mañana a recoger la leche de las cabras y, en un alarde de fortaleza, intentaba moverla para que arrancase. Lo había visto hacer muchas veces a los mayores, pero a él le debían de haber puesto alguna trampa, porque no conseguía ni que se balancease lo más mínimo. Algún día tendría fuerza suficiente para mover aquel vehículo cuyas ruedas tenían su misma altura. 

     Una tarde las nubes oscurecieron el cielo y unas extrañas luces empezaron a caer desde lo más alto. Rompían el silencio con gran estruendo después de haber dibujado brillantes brechas que cruzaban desde allí arriba hasta el suelo, allá en el horizonte.
     Se vio desprotegido ante tamaña exhibición de crujidos y luces cegadoras. Corrió y corrió para ponerse a salvo. Encontró un trigal que verdeaba ya los en los primeros días de mayo y que podría servirle de cobijo. Cuando estuvo totalmente cubierto por él, se sentó a esperar que aquello pasara.

     Unos cuantos fogonazos después, oyó a lo lejos las voces a distinta escala de su madre, su padre y sus hermanos. Cuando los tuvo suficientemente cerca, se atrevió a gritar "¡Estoy aquí!". 

     Su madre lloraba, su padre lo miraba con ojos asustados y él sólo se atrevió a decir "Vine a esconderme, porque la bruja estaba tirando cerillas".  


 

sábado, 2 de marzo de 2013

Estamos en el aire


     Eduardito llegó aquel día, como otros antes, con el anhelo de pasar un rato junto a los que hacían la magia de unir a miles de personas a través de las ondas.
     En aquella plaza que a él le parecía inmensa porque era la antesala a la ilusión, respiró hondo y se dispuso a entrar en esa emisora de radio.

     Pero aquel día algo iba a truncar sus esperanzas. El portero lo detuvo cuando se disponía a tomar el ascensor. Sus palabras sonaron como un golpe en el cogote, lo que se conoce como colleja. "¿A dónde vas, chaval?" La voz de Eduardito tembló al decir "voy a... a... a la radio". 
     "Lo siento, no se puede subir si no estás acreditado" le dijo aquel señor de evidente poder en la cuestión de quién entraba y quién salía. El chaval ni estaba acreditado, ni sabía en qué estanco vendían ese título. Sólo era un pobre muchacho sin padres influyentes ni más estudios o prebenda que su ilusión.

     Volvió de nuevo a la plaza y se sentó con los ojos puestos en el cielo sin saber qué hacer. Había hecho un viaje que resultaba muy largo para un chico de 14 años.
     Varios minutos pasó así hasta que vio la luz de lo que le podría llevar a su objetivo. Dos famosas cantantes de la época se acercaban a la entrada. Momento que él aprovechó para colocarse discretamente y, mientras el portero hacía reverencias a las eminencias recién llegadas, pasó sin ser visto y se coló en el montacargas. No podía esperar al ascensor porque lo pillarían, y el montacargas que circulaba sin parar era la única posibilidad de llegar a la novena planta. 

     Tuvo que saltar al llegar a su destino porque, de lo contrario, hubiese vuelto a bajar boca abajo en aquel montacargas que era como una noria sin fin.
     Entró en la emisora y le saludó la técnico y el locutor que ya lo conocían de otras veces. Después de un rato allí, el locutor le dijo "¿quieres presentar el próximo disco?". Las piernas de Eduardito temblaron y las manos le empezaron a sudar, pero sin pensarlo un momento dijo un "Sí" que debió de retumbar en toda la planta.

     Se colocó frente al micro y dijo "a continuación, Rod Estúar con el tema Tunáit Is De Náit" y la música empezó a sonar.

     El corazón de Eduardito latía a una velocidad inaudita, sin imaginar siquiera que en el futuro pasaría muchas horas ante un micrófono dirigiéndose a millones de personas.