jueves, 2 de mayo de 2013

Mi pequeño tesoro

     De vez en cuando (no tanto como quisiera) toca hacer limpieza y colocación de cajones y armarios. Y, con esas, ayer descubrí, al fondo de un anaquel una caja olvidada del tiempo. Como si de un misterioso arcón en la profundidad de una isla olvidada se tratara.

     Expectación y deseo movían mis dedos en la ceremoniosa tarea de abrir unas entrañas que tantos años me esperaron dormidas.
     Una sonrisa de hojalata con su llave para darle cuerda mostraba sus bordes oxidados pero conservaba la nitidez de sus colores. Giré tres vueltas la llave, clac, clac, clac... y pude comprobar que todavía funcionaba. Debajo de ella, un plumier con lápices colores de puntas desgastadas me recordaban los infinitos sueños que dibujaron al compás de mis manos. El sacapuntas de cuchilla mellada difícilmente podía afilar las minas de colores que se ocultaban tímidas entre la madera. Su desuso lo había atrofiado. 

     Un Felipe (el de Mafalda) en miniatura, un cuaderno de bordes ensombrecidos, una armónica que no llegó a armonizar nada coherente, unas monedas de dos reales con agujerito y un descolorido telegrama. 

     Sé que a los más jóvenes estos objetos le sonarán a antediluvianos, pero formaron parte de mi vida de niño y me sirven para tener la medida de lo vivido. 

     ¡Cuántas cosas pasaron desde entonces, cuántas mejoraron y cuántas no volverán!


 

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