viernes, 30 de julio de 2010

Una vida de salmón


     Así es como siento mi vida. No por el color del salmónido; ese color de niño bien alimentado de mejillas rollizas y cuerpo en igual proporción. Sino por esa manía de buscar el río para ir contra la corriente hacia sabe Dios qué destino. 
     Y, mira por donde, en tres frases ya he dado mi primera muestra de nadar contra corriente. He dicho "Dios" totalmente convencido de que esta palabra tiene significado. Un significado que no voy a extenderme en explicarlo porque no quiero convencer a nadie de su sentido. Pero a mí sí que me han intentado convencer de lo contrario. Bastantes veces. Y considerándome un bicho raro porque creía en Dios. No se puede creer en Dios, no está bien, no es la vanguardia y no va con los tiempos. Será que yo no soy de estos tiempos. En realidad no soy de ningún tiempo. 

     Pero si ya de jovencillo me gustaba la música que no le gustaba a nadie. Me gustaba tanto la música disco como Bonnie Tyler, como el flamenco. Y por más que intentaba defenderme de las acusaciones de "rarito" mis amigos no se convencieron de que Sniff'n'the Tears merecían la pena hasta un año después cuando este grupo se puso de moda. Para entonces yo había desistido de seguir escuchando ese disco que tenía rallado de tanto ponerlo en el tocadiscos. Aquí aclaro que antes había unos aparatos que se llamaban tocadiscos donde ponías unos plásticos redondos de color negro que giraban cual tiovivo, les colocabas una aguja encima y al ir pasando ésta sobre unos surcos que los vinilos tenían, producían música. Y con el flamenco no digamos. ¡Lo que tuve que oír en la emisora de radio pirata donde hice mis primeros escarceos con el micrófono cuando acepté ir a una invitación para un festival de cante hondo! Si me hubiese pintado de verde hubiera sido el extraterrestre perfecto a ojos de mis compañeros. Suerte que luego vino Alejandro Sanz y, desde entonces, se trató al flamenco como una música de élite. Ya sí se llevaba el flamenco, pero, para entonces yo estaba tan harto de recibir burlas, que me  guardaba mi gusto por el cante para mi intimidad. 
     Debe de ser que uno tiene este carácter o esta falta de acoplamiento a lo que dicta la masa. 


     Incluso en el colegio suspendí la única evaluación que he suspendido por culpa de mi visión particular. Ya sé que algunos lo llaman cabezonería, obcecación o tozudez; yo prefiero pensar que se trata de opinión propia. A lo que iba, que me gustaría que ahora me leyese la señorita Ele (de Eleuteria; no la estaba nombrando por la primera letra de su nombre, ni por ningún mote) para recordarle que me suspendió un examen porque no acepté lo que decía el libro de texto. Era una cuestión muy sencilla: el libro decía que el flujo de electrones en una corriente eléctrica iba desde el polo positivo hacia el negativo y yo argumentaba que los electrones tenían que partir desde donde había más electrones, o sea el polo negativo, hacia el positivo. Cualquiera puede consultarlo, que en todos los libros, menos en el que utilizábamos aquel año en ciencias, siguen mi teoría. Pero, ¡Zás! esta argumentación me sirvió para conseguir un cero como un castillo que me destrozó toda la media de la evaluación, consiguiendo mi único suspenso en toda la EGB. Qué antiguo, ¿verdad? Pero si ahora se llama ESO. Bueno, pues parte de lo que ahora es eso, antes era lo otro.

     Luego crecí y tomé el mal hábito de fumar. Otra vez contra corriente. Beber no, mire usted, porque eso lo hacían muchos y ser borracho no era ir contra corriente. No iba a destruir mi reputación de salmón. Suerte que ahora lo están prohibiendo y puede que... No, puede que consiga otro suspenso, pero no me bajo del burro. Lo siento, don salmón es así. 
     Además me dedico a una profesión en la que me han acusado de todo, desde perversor de la interpretación a responsable de la incultura nacional. Pero, ¡qué le vamos a hacer!, soy actor de doblaje y encima veo las películas dobladas. Sé que no es una buena carta de presentación, ni está bien visto por los sesudos adalides de la cultura, pero es lo que tenemos el salmón y yo, que vamos contra la corriente.  A prohibirlo también.

     Para colmo, el último libro que he leído es la biografía de un paisano mío que supone un ejemplo de vida y un compendio de filosofía. ¿Lo digo? Sé que va a ser la gota que colma el vaso de despropósitos que es mi vida, pero el personaje en cuestión es Domingo Ortega, y era torero. ¡Lo que faltaba! Otro ejemplo más de mi opción en contra de lo bienquisto. Resulta que me gusta la tauromaquia. Con todo lo que conlleva; que uno, que ha visto matar a cerdos, todavía piensa que su muerte es menos digna y dan alaridos más desgarradores. He estado fino, ¿eh? No he dicho ni los toros, ni la fiesta nacional, ni ninguno de esos apelativos que tan acalorados debates causan que han llegado a prohibirlos por ley. 

     Como decía con el fumar o el doblaje, parece que la solución a estas actitudes que se alejan de la actualidad o de los nuevos pensamientos es la prohibición. Por ley. Poner diques al río para impedir que los salmones naden contra corriente. Sólo esperemos que los diques no estallen o desvíen las aguas provocando males mayores.


lunes, 12 de julio de 2010

Hablar por hablar


    Nunca quise ser escritor. Ni lo pretendí, ni consideré que tuviese cualidades para este arte. Lo que sí he deseado siempre es comunicar. Por eso, quizá, me puedo considerar un "escribidor" de palabras, pero nada más. Reconozco, sin falsa modestia, que el idioma castellano lo conozco bastante bien; no por una capacidad especial, sino por las necesidades de mi trabajo. Para adaptar guiones hay que estar al tanto del lenguaje y saber utilizarlo correctamente. 
     Por eso me inquieta, por no decir que me ataca los nervios (no "enerva", como algunos dicen, puesto que eso significa lo contrario), que personas cuyo trabajo es hablar a los demás tengan tan poco respeto por nuestro apreciado castellano. Sobre todo en los medios radiofónicos y televisivos. 

     Entiendo, incluso me resulta divertido, que una persona de la calle le de alguna patadita al diccionario o se suba encima de él para colgar un cuadro. A falta de escalera, bueno es un diccionario de los gordos. 

     Pero que esos "tertulianos" que deberían llamarte "escupidores", o esos presentadores, o esos que se llaman periodistas porque una vez se matricularon en la universidad, no sólo le propinen patadas, sino que jueguen al rugby con el libro de la RAE... ya me toca... la moral.
     No soy tan exquisito como para pedir que en los medios se utilice un lenguaje culto, pero entre el "¿Ande paras?" y el "¿Qué lares son testigos de tus andanzas?" hay un término medio y de hermosa naturalidad. 

    Sin detenerme en el uso de un pasado verbal que muchos emplean sobrecargándolo de "eses" que se cuelan desvergonzadamente para pronunciar "dijistes", "subistes" o "vinistes"; hay un excesivo coladero de vocablos impropios en las fauces de esos hablantes que surgen de las ondas. Y no me refiero sólo a los insultos y palabras soeces. A fin de cuentas, éstas existen y son útiles si se saben emplear. 

     Es difícil que predizca lo que delante mía va a ocurrir, ni podré tenerlo bajo control hasta que no se calle. Frase que puede surgir en cualquier momento de los ínclitos charlatanes televisivos. Curiosa conjugación del verbo predecir, apropiación indebida del adverbio delante, traducir literalmente el "under control" desconociendo que en el idioma de Cervantes se tiene controlado, y "hasta que no se calle" significa hasta que esté hablando. 
     Ya no nos sorprendemos al oír cosas como "todos los cadáveres aparecieron muertos" o "tira al hueco vacío". Digo yo, si algún cadáver aparece vivo, menudo susto, ¿no? O, ¿qué pasaría si al tirar al hueco, éste se llena? ¿Habría tirado al hueco o al lleno? También he oído en algún informativo la frase "las tres personas y los dos niños salieron ilesos del accidente". Es cuando yo me pregunto: ¿qué eran los niños? Arácnidos, seguro. 
     Lo de "el momento álgido" se ha repetido tanto que hasta la propia RAE ha tenido que claudicar y admitirlo. Pero a mi no hay quien me quite de la cabeza imaginarme una situación gélida al oir "álgido". Así es como se creó esa palabra y ese ha sido su significado durante algunos siglos. Tampoco es raro oír cómo a algunos se les pone "la piel como escarpias", "los pelos de gallina" o "la piel de punta". A mí sí que se me erizan los vellos ante tamañas barbaridades que oscurecen el mismo candelabro de la Mazagatos. 

     Por eso me conformo con seguir estudiando el idioma y, sin pretensiones, intentar no caer en la prepotencia léxica que lleva a estos desahogados a pisotear las dulces uvas del castellano para producir un vino amargo y cabezón hasta resultar indigesto.