sábado, 27 de febrero de 2010

El cielo recibe a la cultura


     Hoy, como un día cualquiera, a primera hora de la mañana, atasco, café, cigarrillo y saludos a los compañeros que han tenido la suerte de madrugar como yo. Porque hoy en día, es una suerte tener que levantarse temprano para trabajar. Hasta aquí todo normal, dentro de lo que mi oficio se puede considerar normal. Pero, al entrar en el estudio, una nota en una puerta se me clava en los ojos y me produce tal estremecimiento que mi mano se queda apoyada en el pomo y multitud de imágenes vienen a mi mente antes de que pueda reaccionar cuando leo "El funeral por nuestro compañero, Rafael de Penagos,... "
     Aún pasarían horas para asimilar la noticia, mientras realizaba mi trabajo take a take, con un pensamiento casi único: "va por tí Don Rafael, por lo que tú tanto querías".

     Hablar de don Rafael de Penagos, es hablar de una institución, un maestro, un ser humano al que la historia dará su justo valor, y al que, quienes lo conocimos, nunca podremos pagar lo que nos entregó.
     Un poeta y un hombre culto que paseaba su estilo y su caballerosidad allí por donde pasaba. Su educación exquisita le permitían no hacer distingos entre quienes le rodeaban, tratando a todos con el mismo respeto y consideración.
     Nunca he oído a nadie una queja sobre don Rafael, todo eran muestras de admiración hacia un hombre que se hacía querer. Repartía felicidad y sabiduría sin egoísmo, sin menospreciar ni despreciar a nadie. Lo que sí hacía, de un modo muy divertido, era adoptar posturas y aptitudes de aristócrata. Nos encantaba verle así y, a veces, le provocábamos para que lo hiciera porque tenía tanta categoría que podía permitírselo.
     Hombre de extraordinaria conversación, no había tema para el que no estuviese preparado; hasta la poesía se volvía especial en sus labios cuando, llevado por la comodidad del ambiente, decidía dar rienda suelta a su capacidad de rapsoda.

     Su personal voz, ha llenado los hogares españoles de buenos momentos. Desde el señor Roper de "Los Roper" hasta el Cardenal Richelieu de "Dartacan y los tres mosqueperros" pasando por Miguel de Cervantes de "El Quijote", cientos de personajes han llegado a nuestros oídos con su voz. Sus libros, sus conferencias y su defensa de la cultura son un legado difícil de cuantificar.

     Y, personalmente, llevo en el corazón algo maravilloso que hizo conmigo: me animó y me dio fuerzas cuando más lo necesitaba. Yo era un jovencito al que le dieron la oportunidad de dirigir el doblaje de una serie como "Las aventuras de Sherlock Holmes". La serie era importante, pero los actores a los que debía dirigir no lo eran menos. Tres grandes estrellas del doblaje como don Rafael de Penagos, don Pedro Sempson y don Julio Núñez estarían a mis órdenes. Si a Sempson y a Núñez los admiraba como actores, a Penagos lo admiraba además como literato. Y allí estaba un joven lleno de dudas con la responsabilidad de conducir a unos artistas de una categoría profesional muy por encima de la suya. En todo momento, durante casi un año, se me trató con el máximo respeto y consideración. Un día don Rafael me dijo "Eduardito, tengo que comentarte algo sobre tus guiones". Mis piernas temblaron cuando me di cuenta de que un poeta de la categoría de Rafael de Penagos (Premio Nacional de Literatura 1964) iba a opinar sobre mis adaptaciones. Pero con su gran generosidad continuó "escribes con mucha lógica, tus frases son fáciles de decir, porque suenan a diálogos de seres humanos, no a textos de un libro". Aquello fue una lección para toda mi vida y un empujón impagable para un joven con todos los miedos del mundo.

     Gracias, maestro. Nos dejas muy solos, pero siempre estarás con nosotros, porque tus enseñanzas están grabadas en nuestros corazones.

     Descansa en paz, don Rafael.


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